Miro trenes que llegan y otros que se van. La gente se acumula frente a ellos, los abordan, dejan caer sus pesados cuerpos de mil años sobre los asientos de plástico, abren y cierran sus ojos tristes de canicas reventadas; se asoman por las ventanillas con sus risas estúpidas simuladas en los labios; muestran al mundo sus dientes amarillos y las lenguas rojas por las golosinas.
¿Qué extraño sitio habito?
Algunos más bostezan y algunos otros dejan caer glóbulos rojos desde sus lagrimales hasta el piso de papel bond. Otros disparan con frenéticos impulsos las cámaras fotográficas que llevan uncidas al pescuezo.
Y los trenes siguen llegando con sus fierros ruidosos y sus colores brillantes, con todos esos simios colgados de las ventanillas... Y yo no puedo levantarme porque me pesan los pies y las nalgas y el hemisferio izquierdo... y por las malditas ganas de aullar... Y yo no puedo recordar quién soy y qué hago aquí...
Ya somos dos. Qué chingón texto te armaste, me encantó.
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